domingo, 23 de enero de 2011

Lo bello y lo sublime, por Kant


Homenatge a Bonaventura Durruti, a Barcelona

Extracte de "Lo bello y lo sublime", d'Immanuel Kant. Königsberg, 1764

La vista de una montaña cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes, la descripción de una tempestad furiosa, o la pintura del infierno por Milton producen agrado, pero unido a terror; en cambio, la contemplación de campiñas floridas, valles con arrollos serpenteantes, cubiertos de rebaños pastando; la descripción del Elíseo o la pintura del cinturón de Venus en Homero, proporcionan también una sensación agradable, pero alegre y sonriente. Para que aquella primera impresión ocurra en nosotros con fuera apropiada debemos tener un sentimiento de lo sublime; para disfrutar bien la segunda es preciso el sentimiento de lo bello. Altas encinas y sombrías soledades en el bosque sagrado son sublimes; platabandas de flores, setos bajos y árboles recortados en figuras son bellos.

Dante en el bosque oscuro (Gustave Doré)

La noche es sublime, el día es bello. En la calma de la noche estival, cuando la luz temblorosa de las estrellas atraviesa las sombras pardas y la luna solitaria se halla en el horizonte, las naturalezas que posean un sentimiento de lo sublime serán poco a poco arrastradas a sensaciones de amistad, de desprecio del mundo y de eternidad. El brillante día infunde una activa diligencia y un sentimiento de alegría. Lo sublime conmueve, lo bello encanta. La expresión del hombre dominado por el sentimiento de lo sublime es seria; a veces fija y asombrada. Lo sublime presenta a su vez diferentes caracteres. A veces le acompaña cierto terror o también melancolía; en algunos casos, meramente un asombro tranquilo, y en otros un sentimiento de belleza extendido sobre una disposición general sublime. A lo primero denomino lo sublime terrorífico, a lo segundo, lo noble, y a lo último lo magnífico. Una soledad profunda es sublime, pero de naturaleza terrorífica. De ahí que los grandes vastos desiertos, como el inmenso Chamo, en la Tartaria, hayan sido siempre el escenario en que la imaginación ha visto terribles sombras, duendes y fantasmas.

Lo sublime ha de ser siempre grande; lo bello puede estar engalanado. Una gran altura es tan sublime como una gran profundidad, pero a ésta acompaña una sensación de estremecimiento y a aquélla una de asombro; la primera sensación es sublime, terrorífica, y la segunda sublime, noble. La vista de las pirámides egipcias impresiona, según Hamlquist refiere, mucho más de lo que por cualquier descripción podemos representarnos; pero su arquitectura es sencilla y noble. La iglesia de San Pedro, en Roma,es magnífica. En su traza, grande y sencilla, ocupa tanto espacio –oro, mosaico- que a través de ella se percibe la impresión de lo sublime, y el conjunto resulta magnífico. Un arsenal debe ser sencillo; una residencia, regia, magnífica, y un palacio de recreo, bello. […].

Paisaje de invierno (Caspar David Friedrich)

SOBRE LAS PROPIEDADES DE LO SUBLIME Y DE LO BELLO EN EL HOMBRE EN GENERAL

La inteligencia es sublime; el ingenio, bello; la audacia es grande y sublime; la astucia es pequeña pero bella. “La circunspección –decía Cromwell- es una virtud de alcalde”. La veracidad y la rectitud son sencillas y nobles; la broma y la lisonja obsequiosas son finas y bellas. La amabilidad es la belleza de la virtud. La solicitud desinteresada es noble. La cortesía y la finura son bellas. Las cualidades sublimes infunden respeto; las bellas, amor. Los que sienten principalmente lo bello, sólo en caso de necesidad buscan sus amigos entre los hombres rectos, constantes y severos; prefieren tratarse con gentes bromistas, amables y corteses. Se estima a algunos demasiado para que pueda amárselos. Infunden asombro, pero están demasiado por encima de nosotros para que podamos acercarnos a ellos con la confianza del amor.

Aquellos en quienes se hallan unidos ambos sentimientos hallarán que la emoción de lo sublime es más poderosa que la de lo bello; pero que si ésta no la acompaña o alterna con ella, acaba por fatigar y no puede ser disfrutada por tanto tiempo. […].

El arrostrar audazmente los peligros por nuestros derechos, por los de la patria o por los de nuestros amigos es sublime. Las cruzadas, la antigua caballería, eran extravagantes; los duelos, resto desdichado de ellas, originado en un equivocado concepto del honor, son monstruosos. Un melancólico alejamiento del mundano bullicio a consecuencia de un fastidio legítimo es noble. La devoción solitaria de los antiguos eremitas era extravagante. Los conventos y sepulcros de tal género para encerrar santos vivos son monstruosos. El dominio de las pasiones en nombre de principios es sublime. Las mortificaciones, los votos y otras virtudes monacales son más bien cosas monstruosas. Entre las obras del ingenio y del sentimiento delicado, las poesías épicas de Virgilio y Klipstock se quedan en lo noble; las de Homero y Milton caen en lo extravagante.




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